Eh, chaval, no te subas a las barbas, insinúa Novak Djokovic en el punto final, recreando la celebración que dos noches atrás hacía su joven adversario. Cuelga un teléfono imaginario. Parece que hay alguna cuenta pendiente que se le escapa al espectador. O tal vez no. Solo ellos lo saben. Troleando al advenedizo, se la cobra.
Jerárquico e incontestable, el veterano afirma con el gesto y viene a decir que la vieja guardia sigue en pie, que el trabajo está hecho. Efectivamente, el recreo con el inexperto Ben Shelton (6-3, 6-12 y 7-6(4), en 2h 39m) le catapulta a su décima final del US Open, igualando así el récord del local Bill Tilden, y valida la primera mitad del guion del torneo. Él ya está ahí, a la espera de que se complete la segunda parte del relato. No ofrece la primera semifinal ningún giro inesperado y Nole irrumpirá en el desenlace del domingo (22.00 hora española) con paso militar, sin la necesidad de forzar la maquinaria y habiendo tenido que apagar tan solo un fuego en la tercera ronda, cuando su compatriota Laslo Djere le obligó a remontar dos sets. A partir de ahí, un desfile en línea recta en busca de su 24º tesoro.
“Se trata de disciplina y deseo”, alecciona Djokovic. “Siento que todavía puedo aportarle cosas a nuestro deporte”, concluye el vencedor, protagonista de otra temporada extraordinaria. Con esta final, 36ª ya en un major, abrillanta la plusmarca y redondea el pleno anual: campeón en Australia, lo mismo en la arena de Roland Garros e inclinado ante Carlos Alcaraz sobre el verde de Wimbledon. Él, a lo suyo, engordando cifras. Un marciano. No es la primera vez que atrapa el póquer, obtenido previamente en 2015 y 2021.
Este cruce con Shelton se traduce rápidamente en un mero trámite. El estadounidense, de 20 años y debutante en la penúltima ronda de un grande, ofrece de inmediato demasiadas rendijas y demuestra que desde el punto de vista táctico está muy verde. Le pega muy duro a la bola, pero selecciona mal con excesiva frecuencia. Desordenado, su caótica propuesta es un caramelo para el resabiado Djokovic, que explora ángulos, pule golpes, atrae al jovenzuelo a la red y se divierte; inmejorable alfombra roja hacia la final para el serbio, que cierra el primer parcial al cuarto intento y decanta el segundo sin despeinarse. Colabora el norteamericano con una doble falta que brinda el break. Poco más que un entrenamiento para el balcánico.
Azote estadounidense
El techo de la Arthur Ashe está cerrado porque los pronósticos anticipan lluvia y el ambiente vuelve a ser pesado en la central, donde hay lleno y entre el público muy poquita fe en que el chico –ya entre los veinte mejores del mundo– sea capaz siquiera de hacerle cosquillas al gigante. Y así, en ese formato que tan bien le sienta a su tenis, el indoor que tanto ensayó en aquella infancia de Belgrado y Múnich, Djokovic pone el lazo al partido e ingresa en el club de los centenarios del torneo. Forma ya ahí junto con Jimmy Connors (115 partidos), Roger Federer (103) y Vic Seixas Jr (102), así que está más feliz que unas castañuelas. Cabeza gacha el rival, muy desorientado.
Lógicamente, le faltan horas y horas de cocción a Shelton. Todas las que le sobran a Nole. Él, 36 primaveras y toneladas de horas de vuelo, disfruta de lo lindo cuando al otro lado de la red hay un estadounidense; 30 triunfos enlaza desde que perdiera contra Sam Querrey en Wimbledon (2016) y son 12 en Flushing Meadows, donde jamás le ha rendido un jugador de esta nacionalidad. En este último episodio revolotea por la pista con gracilidad, sabiéndose muy superior, a ratos experimentando; tan por encima se ve que en el tramo final levanta el pie, y la relajación genera un nudo intrascendente porque anula con un saque excelente el punto de set que se ha encontrado Shelton, primero, y el norteamericano echa una mano, después.
Chorreando, con la nariz sonrosada y los hombros moteados por la ventosaterapia, el tenista local negocia con ingenuidad los puntos y cae en la trampa. Excitado por la juventud, sus festejos llevándose el dedo al oído y clavándose de piernas frente a la grada son interpretados al otro lado de la trinchera como un desafío innecesario. El gran jefe Djokovic le ha hecho creer con las imprecisiones que tiene alguna posibilidad de estirar el asunto, pero en el desempate el serbio pone las cosas en su sitio: se eterniza en el servicio, bolas y más bolas dentro, que ya llegará el error. Viejo zorro. Se acabó el entretenimiento.
Hay vendetta como rúbrica: como hiciera dos días antes Shelton, simula colgar un teléfono antes del gélido saludo en la red. El joven le atraviesa con la mirada. Pero no pasa ni una Nole.
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