Los registros de temperatura de la tierra de los últimos años, no sólo 2022 o 2023, superan ampliamente los promedios históricos de referencia. Está fuera de toda duda razonable que la causa principal de la desviación al alza de las temperaturas globales es el récord de concentración de carbono en la atmósfera provocado por la actividad económica. Pero ese aumento de temperatura también afecta, además de a la salud y al bienestar de la población, a esa misma actividad de modo generalizado, aunque con diferencias entre países, sectores y niveles de renta de la población. Sólo hay que ver que el calentamiento global incrementa la frecuencia de olas de calor, la incidencia de precipitaciones irregulares y la presencia de sequías.
En cuanto a la economía, los canales de impacto por los que se transmiten los efectos del calentamiento global son diversos, aunque la literatura económica disponible coincide en que los impactos son cada vez más negativos a partir de un determinado umbral de temperatura, persistentes a largo plazo en el nivel del PIB y como poco entorpecen el crecimiento en el corto plazo.
Uno de los sectores más afectados está siendo la agricultura, ya que tanto la temperatura como las precipitaciones son factores determinantes en su producción. Otro sector perjudicado es la construcción y en general todas aquellas actividades más expuestas a las temperaturas en el exterior. Las cada vez más frecuentes olas de calor reducen la productividad de los trabajadores, disminuyen la intensidad del trabajo realizado y su rendimiento cognitivo. Este tipo de impactos se transmiten a lo largo de la cadena productiva hasta afectar, por ejemplo, al comercio exterior, con menor cantidad y calidad de exportaciones (por ejemplo, de actividades ligadas al turismo) o disminuyendo la demanda de importaciones por el empobrecimiento derivado del calentamiento global. Aparte de a la productividad del trabajo, las temperaturas también pueden repercutir negativamente en la inversión y la acumulación de capital por la mayor prima de riesgo.
Aun con la incertidumbre sobre la magnitud de los efectos a largo plazo, la evidencia disponible apoya el diseño e implementación efectiva de políticas sostenidas de mitigación climática (reducción de emisiones), pero además de adaptación a las mayores temperaturas: dada la inercia de los efectos de los gases ya acumulados en la atmósfera, el calentamiento global continuará en las siguientes décadas casi independientemente de las políticas de mitigación que se apliquen. Sin embargo, los esfuerzos han de hacerse desde ya pensando en el largo plazo y de modo simultáneo en ambas facetas, las políticas no son sustitutivas. Cuanto más se mitiguen las emisiones, más efectiva y menos dolorosa será la imprescindible adaptación.
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