La malagueña Paula Palma, estudiante de 20 años, tiene playa a solo unos kilómetros de casa, pero este verano eligió desplazarse a la otra punta de España y pasar una semana en la costa de Asturias junto a siete amigas. “Me ha enamorado sobre todo el clima. A las tres de la tarde teníamos 25 grados y podíamos bajar a la arena perfectamente”, explica al teléfono. En un contexto de olas de calor extremo en buena parte del país, considera que el viaje fue un respiro. Ya de vuelta en Andalucía, señala los inconvenientes de afrontar la canícula en el sur. “Aquí llega un punto en que el aire quema, el sol quema. En mi casa no tenemos aire acondicionado, y es un suplicio estar solo con el ventilador. Hago el truco de darme un refrescón antes de meterme en la cama”, dice en alusión a la ducha previa al sueño.
Las campañas turísticas no escatiman recursos para hablar de horas de sol, playas paradisíacas, gastronomía propia o monumentos cargados de historia. Pero en tiempos de cambio climático —julio ha sido el mes más cálido de la historia en el planeta—, incendios desbocados, y océanos a temperaturas inusitadas, gana empuje un nuevo concepto que lleva la contraria a la idea asentada de que en verano el calor asfixiante es un peaje necesario para disfrutar del mar. Lo llaman refugio climático. Y en algunas regiones del norte de España resuena cada vez más como sinónimo de comodidad: noches durmiendo tapado frente al insomnio provocado por el bochorno o el gasto de poner el aire acondicionado (el que puede) durante el reposo nocturno, u horas centrales del día aprovechables para hacer deporte o cualquier otra actividad al aire libre.
Asturias es posiblemente la comunidad que más está aprovechando el cambio de escenario. La patronal turística Exceltur la sitúa en sus previsiones para verano como la segunda autonomía que más crecerá en facturación, con un 23% más, solo por detrás de Baleares. El País Vasco (tercera), y la vecina Galicia (sexta) también se espera que estén entre las más beneficiadas. En el Principado aguardan un verano récord tras un 2022 donde ya alcanzaron cifras inéditas por encima de las seis millones de pernoctaciones, y ese éxito está reflejándose mediáticamente. La revista National Geographic eligió este mes a Cudillero como el pueblo más bonito para visitar en julio, y entre los motivos citó la meteorología. “En julio se prevén para este lugar temperaturas de entre 15 y 22 grados; el paraíso perfecto para resguardarse de la ola de calor”, alababa. El presidente asturiano, Adrián Barbón, celebró la mención en Twitter. “Lo venimos diciendo: Asturias se está convirtiendo, cada vez más, en un refugio climático”.
El auge de zonas más frescas coincide con la publicación de una encuesta elaborada por la Comisión Europea de Viajes, que aglutina a 35 entes nacionales de turismo —incluido TurEspaña—, que asegura que el número de europeos dispuestos a viajar al área mediterránea de junio a noviembre ha caído un 10% respecto al año pasado. Sus resultados no convencen a Jaume Rosselló, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de las Islas Baleares, que lleva años estudiando los efectos del cambio climático sobre el turismo. “Una cosa es lo que se dice y otra lo que acaba sucediendo. Habrá una cierta redistribución, pero hay gente que escapa del frío de norte de Europa, y no pasa nada porque se pasen el día en la piscina y la playa. Buscan soluciones. El problema sería que se encontraran con tormentas”, concluye.
A la hora de hacer predicciones, apunta a que el clima será un factor que los viajeros tendrán cada vez más en cuenta, pero reniega del alarmismo, y recuerda que hay muchas otras circunstancias que no pueden obviarse al dibujar los flujos futuros, como el crecimiento demográfico, los ciclos económicos expansivos y contractivos o las nuevas rutas aéreas, marítimas o ferroviarias. “Hay cambios en el PIB, la población, los medios de transporte… Lo que sucederá en 20 años es un ejercicio de horóscopo, pero ahora estamos en un momento en que el turismo solo crece”.
Las organizaciones del sector comparten su escepticismo sobre las conclusiones de la encuesta. Carlos Abella, secretario general de la Mesa del Turismo, reconoce que hay quienes buscan climas más suaves en el interior o el norte de España para huir de las olas de calor. “Pero estas no duran demasiado, con lo que no inciden en la planificación de las vacaciones”, sostiene. En la progresión de nuevos destinos ve razones no siempre ligadas al clima. “Con la pandemia han crecido los sitios más abiertos y menos masificados. De cultura y naturaleza”. El precio, en plena crisis inflacionista, también suma o resta puntos.
Abella ve posible que la temporada pueda alargarse a primavera u otoño si las temperaturas se vuelven más elevadas de manera estructural, aunque matiza que esa posibilidad está muy condicionada por las vacaciones escolares. En cualquier caso, no cree que el impacto del clima sea aún relevante para el sol y playa español. De la misma opinión es José Luis Zoreda, vicepresidente ejecutivo de Exceltur, molesto por especulaciones que considera exageradas. “Decir que el turismo en el Mediterráneo va a desaparecer o está amenazado es un análisis tremendista. Me parece muy simplista basar única y exclusivamente en un grado más o menos el cambio radical de preferencias de los turistas europeos. Hay muchos otros factores”, opina.
Eco internacional
El debate está cada vez más presente en todo el mundo. Y España, como todo el sur europeo, es un eslabón importante de la discusión. El pasado 4 de agosto, un artículo de Simon Kuper en el Financial Times se valía de un titular provocador para ponerlo sobre la mesa. “¿Todavía vivirá alguien en el centro de España dentro de 50 años?”, rezaba. En el texto, se atrevía a lanzar un augurio. “El turismo se trasladará al encantador y fresco norte de España a medida que el calor del verano se transforme de atracción en amenaza”. Ese mismo día, casualmente, The New York Times aludía al tema del posible auge de destinos más frescos a escala europea. ¿Estocolmo en lugar de Roma? Las olas de calor están cambiando el turismo en Europa, titulaba. No existe unanimidad sobre ello: aunque los termómetros suban más en ciertas áreas del sur de Europa, eso también significa años de adelanto en preparativos de ciudades, comercios y administraciones.
Crece la idea de que demasiado calor, como un atracón de comida, puede terminar siendo molesto, incluso peligroso, pero el sector defiende su capacidad de adaptación, y en la hostelería ya son normales las terrazas con toldos, ventiladores o aspersores de agua. Hará falta tiempo para saber la dimensión del trasvase desde las playas más populares hacia esos denominados refugios climáticos, si es que se produce. Mientras tanto, Alfonso Fernández, estudiante de 20 años, no oculta su extrañeza ante el descubrimiento de la otra España estival. Empezó el verano durmiendo en el sofá del comedor de su casa en Valencia para escapar del calor de una habitación sin aire acondicionado ni ventilador. Y esta semana, en su primera visita a Asturias, tras aparcar el coche en Oviedo en pleno mes de julio, se dio cuenta de que allí imperan otras reglas. “Me impresionó ver a un chaval con sudadera. Si ya has ido a la playa bastante o estás cansado del calor, venir al norte es una gran idea”.
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